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​El último round: el debate ANATEL y la batalla final por la presidencia

Javiera Leal, Encargada Unidad de Estudios Fundación Voz Pública. 
Ricardo Díaz, Coordinador Unidad de Estudios Fundación Voz Pública. 

A solo días de la elección del 16 de noviembre, el debate Anatel se transformó en el escenario donde los candidatos jugaron su última carta. Más que un intercambio de propuestas, fue una radiografía de los proyectos de país en pugna y del clima político que marcará las urnas: un Chile fragmentado, cansado de la polarización, pero aún en búsqueda de certezas.

El tono general fue de definiciones duras y escaso margen de moderación. Cada candidatura habló para su nicho, confirmando que el voto indeciso —si aún existe— tendrá que optar entre visiones de Estado radicalmente distintas.

Seguridad: el terreno donde todos se sienten cómodos

El primer bloque dejó en claro que la seguridad sigue siendo el eje estructurante del debate público. Desde Kast hasta Jara, pasando por Matthei y Parisi, nadie evitó el tema, aunque las soluciones revelaron dos almas: la punitiva y la institucional.

  • José Antonio Kast y Evelyn Matthei disputaron la hegemonía de la derecha en este campo. Kast propuso una “mano dura” con cierre de fronteras y expulsiones exprés, mientras Matthei buscó un tono más institucional, respaldando a Carabineros pero subrayando la necesidad de “presencia del Estado”, especialmente en La Araucanía.

  • Franco Parisi sorprendió con su retórica tecnocrática de “operaciones comando” y un nuevo número de emergencia, aunque sin claridad sobre financiamiento.

  • Jeannette Jara se diferenció del eje conservador proponiendo levantar el secreto bancario para perseguir el crimen organizado, conectando seguridad con corrupción y delito económico.

  • Johannes Kaiser mantuvo su discurso de orden, ampliando el foco hacia reformas en fiscalía y poder judicial.

  • Eduardo Artés apostó por un relato rupturista sin sustento técnico, mientras Mayne-Nicholls se mantuvo en un tono administrativo, enfatizando gestión más que política.

  • El resultado: Kast y Matthei dominaron la escena, pero Jara emergió como la única que intentó redefinir el concepto de seguridad más allá de la represión.

Políticas sociales: la disputa por el Estado de bienestar

Si la seguridad fue el terreno de la derecha, las políticas sociales fueron el campo natural del progresismo. Sin embargo, el tono fue más pragmático que ideológico:

  • Jeannette Jara reivindicó la reforma previsional en curso y prometió avanzar en reconocimiento a mujeres cuidadoras, intentando mostrarse como continuidad con correcciones, no ruptura.

  • Evelyn Matthei, en cambio, respondió con una PGU especial para cuidadoras, buscando disputar el voto femenino desde la derecha.

  • Marco Enríquez-Ominami (MEO) insistió en su clásico eje redistributivo, proponiendo una reforma tributaria y una PGU de 300 mil pesos.

  • Parisi y Kaiser buscaron una aproximación liberal-populista: reducción del gasto político y PGU financiada con IVA, respectivamente.

  • Artés fue el único que abogó por la eliminación del ahorro individual, defendiendo un sistema estatal total.

  • El tema del aborto volvió a marcar líneas ideológicas nítidas: Jara, MEO y Artés a favor de la despenalización; Matthei, Parisi, Kaiser y Kast en contra. Un clivaje clásico que reactiva la frontera moral del electorado.

Economía: entre promesas de bolsillo y batallas de modelo

El bloque económico mostró un país partido entre la ortodoxia fiscal, el populismo energético y la búsqueda de soberanía productiva:

  • En cuentas de la luz, los candidatos ofrecieron rebajas de entre 20% y 50%, pero solo Parisi presentó un mecanismo concreto: paneles solares en dos millones de hogares.

  • Matthei adoptó una postura realista al admitir que la baja no es viable sin nueva infraestructura.

  • Jara propuso licitaciones para abrir el mercado, intentando posicionarse como reformista moderada.

  • MEO habló de soberanía energética, Artés de nacionalización total, y Kaiser de libertad de mercado.

  • En el tema salario mínimo, hubo consenso en torno a los $750.000 propuestos por Matthei y Jara, aunque con rutas distintas: subsidios y apoyo a pymes versus crecimiento económico y disciplina fiscal.

El debate económico dejó una sensación de cansancio argumentativo: pocas innovaciones, mucha competencia de cifras y escasa visión estratégica.

Gobernabilidad: el eje que más tensó el debate

En un país donde el fantasma del desorden institucional aún pesa, la gobernabilidad fue el momento de contraste entre temperamentos:

  • Jara marcó distancia del Presidente, prometiendo gobernabilidad y apertura al diálogo, incluso sugiriendo revisar su militancia comunista. Un gesto destinado a captar voto moderado.

  • Matthei buscó instalar la idea de “orden y estabilidad” frente a Kast, quien insiste en un gobierno de emergencia y austeridad.

  • Kast, al ser consultado por el cierre de TVN, esquivó la respuesta, pero su ambigüedad reforzó la imagen de dureza más que de institucionalidad.

  • MEO insistió en que el sistema político excluye la deliberación, mientras Artés reivindicó una asamblea constituyente desde las bases, con ecos de ruptura institucional.

  • En materia de Derechos Humanos, el contraste fue evidente: Matthei prometió continuar el Plan de Búsqueda, Kast evitó pronunciarse, y Jara lo defendió con información concreta, contradiciendo directamente a la alcaldesa.

  • El tema Venezuela y la eventual intervención estadounidense actuó como prueba de coherencia internacional: Matthei y Kast a favor de una acción directa, MEO y Jara en contra, Mayne-Nicholls defendiendo la soberanía latinoamericana.

Lectura política: entre la consolidación y la fatiga

Este debate no alteró radicalmente el mapa electoral, pero sí consolidó posiciones:

  • Matthei y Kast se disputan el mismo electorado, aunque la primera parece haber capitalizado mejor el tono de “liderazgo sereno”.

  • Jara consiguió proyectar gobernabilidad y moderación, claves para romper el techo del oficialismo.

  • Parisi repitió fórmulas efectistas, sin profundidad programática.

  • MEO recuperó algo de presencia, pero sin momentum electoral.

  • Kaiser buscó identidad propia, aunque aún en el margen del voto duro.

  • Mayne-Nicholls quedó en la indefinición, y Artés reafirmó su nicho testimonial.

 

En resumen, el debate Anatel funcionó más como confirmación que como revelación. Los candidatos no compitieron por ideas nuevas, sino por apropiarse del sentido común de un Chile dividido entre orden, bienestar y desconfianza.

Epílogo: El Chile que llega a las urnas. 

El último debate antes de las urnas deja una lección clara: no hay relato compartido del país. Cada candidatura habla desde su trinchera, y la ciudadanía observa con distancia una política que no logra volver a emocionar.

El 16 de noviembre no solo se elegirá un nuevo gobierno: se pondrá a prueba la capacidad del sistema político para reconstruir confianza en medio de una crisis de representación que sigue abierta.

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